EL PAN

 


La semilla molida se mezcla con el agua de la vida para crear la masa de la vida. Pero para su crecimiento y manifestación debe ponerse al fuego de la existencia, donde, desde el reconocimiento de las impurezas que en forma de pensamientos contradictorios, siempre decepcionantes, contaminan su pureza, sea purificada de las mismas.

El pan verdadero es alimento siempre fiel, donde quien lo come aprende a separar corteza, miga y levadura para regresar, como el buen Hijo Pródigo, a la semilla primigenia donde todo estaba en potencia, nada aún en forma.

Así nos ocurre en este horno de la manifestación: la semilla se mezcló y creo una masa de cuerpo y mente, y, en cierto momento, permitió que levadura de los pensamientos hiciese crecer la idea de que era un pan diferente al de enfrente, de mejor miga por dentro, de tierna y crujiente corteza por fuera.

Pero ¿Quien decide volver al verdadero fuego del horno del conocimiento? Ahí todo es quemado, y la corteza y la miga que recubre, se reducen a su esencia más pura, para contemplar la semilla primera.

Desde ahí, si esa misma semilla es trascendida, se verá que jamás hubo  corteza, miga, semilla, horno ni fuego alguno, pues todo ERA y ES, sin añadidura alguna.

Comprendido ELLO ya se puede seguir comiendo el pan de la vida, pero sabiendo en todo momento que sea el pan que sea, tenga la forma que tenga, varie o no su aspecto, solo es sustancia a reducirse en el fuego.

Arde en el fuego de la auténtica Devoción, quema las ilusiones tejidas con pensamientos irrisorios sobre ti, deja que las cenizas se acumulen en el suelo donde duermes tu sueño y, luego, lanzarlas al viento del Ser.

Todo sabe igual desde Ahí.

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