El reino de los Cielos no se alcanza
con tibieza, sino llamando con fiereza a la puerta que a su entrada se
encuentra. Los tibios jamás entrarán en él, porque se necesita de mucho valor
para enfrentarse al gran enemigo que lo defiende, al cancerbero, al dragón, a
la Hydra de siete cabezas que protege el tesoro, no por avaricia ni afán de
usura, sino por el honor de saber destilar las esencias puras de las que aún
necesitan madurar y mantener el Jardín del Edén ausente de serpientes enroscada
en árboles del bien y del mal.
Hay una lucha constante, eterna, que
forma parte de toda la tradición, que siempre se ha tenido que librar y siempre
se tendrá que enfrentar. Es imposible escapar de ella, aunque parezca que se
puede dilatar en el tiempo el momento de acometerla, pero nadie, absolutamente
nadie, se encuentra libre de lidiarla.
Los tibios consigo mismos jamás
entrarán en el Reino de los cielos, porque la peor tibieza es la
condescendencia con que nos tratamos, la ausencia de autocrítica en la que
vivimos, el páramo estéril de algodones blanqueados que se esfuman al menor
contratiempo que suele ser siempre una crítica, una queja, un desdén, de otros
hacia nosotros.
Si quieres permanecer cómodamente
descansando en el colchón de la importancia personal, navegar el barco del
orgullo, hazlo, pero con la certeza de que el colchón perderá sus plumas y el
barco se hundirá en el arroyo de la vida.
Nadie puede escapar a lo que forma
parte de su propia existencia. Nadie puede vivir ausentándose del momento de su
propia muerte. Pero sí se puede morir primero para vivir después.
Morir a sí, fallecer al enemigo
monstruoso que siempre intenta mostrarnos las debilidades que nos encadenan
para que, rompiéndolas en mil pedazos, obtengamos el tesoro de la libertad
plena.
Estar presente, en el instante eterno, sentir la presencia de voces
infinitas que, desde siempre, te hablan quedamente. Saber que tu estás aquí,
allí, arriba y abajo, estando sin estar, siendo sin ser, viviendo en aires de
emociones que a veces forman vendavales.
Comprender que la vida es lo que buscas y necesitas, lo que los propios
ángeles envidian, si pudiesen envidiar. Tu estás aquí y ahora, eres importante,
esencial, aunque lo ignores o desconozcas. Nadie puede hacer nada que te
corresponda, ni vivir por ti. A veces la mejor opción en medio de mares
agitados es simplemente dejarse flotar, comprendiendo que nunca se está en soledad,
que el resplandor y la comunión de tu alma te conectan íntimamente con el ritmo
del universo, todo te acompaña porque todo lo eres.
De nada careces porque todo lo tienes ya. La necesidad es un invento de tu
mente, quien quiere agarrarse al trono de la mentira y no perder su reinado. Sabe
que tu Alma es igual que la de tu vecino, marido, mujer, hijo, hija, amigo,
enemigo, pues son pedacitos cortados a mano de una única y gran Alma común.
Ojalá entiendas que todo esto es verdad, que lo creas y lo apliques cada
día, más aún cuando la tristeza amenace con hacerte dudar, que lo expandas con
tus palabras, lo confirmes con tus actos y se convierta en tu norma de vida.
Que hecho así, seas feliz.
A veces me siento niño, dando amor y otras pájaro recibiéndolo. Varia mi
necesidad pero permanece invariable el Amor.