SENCILLEZ


Cuando nacemos todo está bien: lloramos ante la incomodidad que nos rodea o cuando necesitamos algo, reímos sin motivo alguno ni deseo de agradar, reaccionamos, en definitiva, a todo lo que se nos va presentando sin intervención previa de juicios, justificaciones, deseos o intereses egoistas. 

El agua es clara y tranquila y siempre se ve así hasta que crecemos y comenzamos a enturbiarla introduciendo de golpe en ella todo aquello que de pequeños obviábamos por ni siquiera saber que existía. 

Y pensamos que la claridad desapareció y con ella la felicidad.

Pero la claridad no se ha ido a ningún sitio, sólo es que no contemplas que la misma depende de lo revuelta que esté el agua y para saber eso hay que mirarla fijamente, a través del enturbiamiento que los objetos lanzados a ella han producido y siguen produciendo, y observar que, bajo ese oleaje, sigue tranquila, inamovible en su calma, clara y potable, capaz de calmar cualquier sed.

Y así, conforme se ve todo más claro, más la mente, esa inquilina que vive en la parte alta de este cuerpo, incrementa sus dudar, comprobar, comparar... pues esa es su función y es lo que la mantiene activa, y, en cierto sentido, viva, sosteniendo la ilusión del enturbiamiento que hace desaparecer de la vista vulgar y cotidiana la claridad tan ansiada.

Si se decide seguir mirando el agua y por un instante atreverse a sumergirse más profundamente, se encontrará que, bajo el bullicio de las olas, se encuentra el Silencio donde todo danza sin movimiento y se expresa sin palabras. 

¡Y qué decir ante ese Silencio que nos susurra que nada hay que se necesite pues todo está ya otorgado de antemano.!

Somos capaces de lo más difícil: complicar algo tan tremendamente sencillo como es la propia Vida, manifestación de la Consciencia en toda su creación, la tuya y mía, la nuestra.

Si poco a poco vas dándote cuenta de las pequeñas cosas que piensas, haces, ideas y las reacciones emocionales consecuentes, de repente, en cierto momento, algo comienza a saltar, y da igual que sea un segundo, dos o una milésima del mismo: la labor ya ha comenzado y la luz comienza a surgir por si misma, sin esfuerzo alguno por tu parte, de las tinieblas donde se había retirado.

Y luego ya sólo queda seguir visitando ese lugar una y otra vez, cuestionando, preguntándose y comprendiendo lo que bajo esa agua enturbiada existía desde siempre, como fosa abisal productora de temibles leyendas que los pensamientos tejían para evitar que la visitases, pero repleta de pura vida maravillosa, sin fin. 

Un mar calmo donde reposar.

Y atestiguarás el cuerpo como ente independiente, como objeto funcionando por su cuenta sin que "yo" sea afectado por él. 

Y lo extenderás a la mente, otro objeto más que se cuela por los resquicios que intenta abrir con la duda y el “algo más” siempre a alcanzar, nunca a lograr, como si tuviésemos que esperar ese "flash", esa explosión, ese "despertar", como algo especial, como un requisito imprescindible para Ser.

Si lo ves, comprendes y te mantienes en esa calma, tendrás vislumbres del Ser, de esa Eseidad donde Todo ya Es porque no puede no ser.

Los "peros" seguirán apareciendo, e incluso parecerás vivir en una dicotomía constante, en una suerte de esquizofrenia perceptual donde, por una parte, sabrás que todo está como debe estar mientras, por otra, contemplarás al personaje que creías ser actuando, sintiendo, independientemente de Ti.

La verdad es sencilla.

La ignorancia compleja.

La Comprensión es el vislumbre del Amanecer constante, perpetuo, eterno, sin árboles que no dejen ver el bosque.

La Vida simplemente Es.

No la compliques.

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