NOMBRE Y FORMA

 


Dejad que los pequeñuelos se acerquen a mi, se dice en cierto sitio y con ello se refiere no sólo a los niños sino a todos aquellos que, independientemente de su nombre, forma, edad, sexo o condición, tengan esas cualidades propias de tan  temprana edad, de esos no adultos que, ante lo que se les va presentando en su corta vida, reaccionan a ello e inmediatamente lo olvidan y siguen jugando, viviendo.

Nos calificamos o dividimos, separamos en todo caso, en hombres y mujeres, cada cual con sus virtudes, defectos, y un bagaje de cualidades que les, nos, atribuimos pero tras todos ellos, detrás de las barreras de esas formas ¿acaso no reside el mismo ser, que rie y llora a través de los cuerpos, esos que comparten entre ellos muchas más igualdades que diferencias?

Tras la forma sólo hay la única y misma Esencia, el Ser sin ser que todo lo contempla como testigo impasible de la manifestación que a través del cuerpo se produce. Todo el mundo es tu proyección, y la forma y el nombre son sólo conceptos que atribuyen supuestas cualidades-dualidades que siempre separan y jamás unen.

Los nombres definen, el hombre dio nombre a los animales se dice en otro sitio, es decir, adoptó un nombre a cada forma uniendo dos aspectos que reflejan y expresan cualidades específicas de cada uno de ellos. Así vemos que se pueden ver diccionarios sobre el significado de cada nombre o de las diferentes emociones que cada órgano refleja en su composición orgánica, todos ellos intentos de ir un poco más allá, de atravesar la enorme barrera que el nombre y la forma suponen y, si se saben entender cómo lo que son, indicadores del camino que apunta la realidad tras ellos, se verá que a lo que dirigen es a la esencia viva, eterna, única verdad que reside en todo.

El mar es siempre el mismo independientemente de cada ola, el vacío sigue ahí sin juzgar cada recipiente que lo aloja por su forma, altura o bajura, ajeno por completo a su belleza supuesta o su fealdad aparente y, sin embargo nos arrogamos el papel de calificadores, de jueces que saben decir quién es bello y quién feo, quién más alto y por tanto más atractivo, e incluso nos sentimos mejores si al pasar al lado de otra forma la consideramos  menor que la nuestra y nos crecemos durante ese instante como si realmente fuésemos reyes de algo.

¿Cabe más ridiculez que esa, más desprecio absurdo de la realidad transparente que se ve siempre que se limpie el cristal de la suciedad que nos la oculta distorsiónandola así?.

Nos creemos superiores al otro por nuestra forma más bella, alta, lista, madura, inteligente, olvidando que todo eso, incluidas las otras formas, es, son, nuestra propia proyección, como la del otro es su propia proyección, es película, ilusión, irrealidad, cuyos efectos abrumadores terminan en cuanto somos conscientes de haber estado viendo una ficción, un sueño que finaliza cuando, al salir de la sala donde se proyectaba, respiramos el aire puro y fresco de la realidad que recubría sin fin.

La grandeza, la Presencia, no entiende de nombres y formas, es como, si me permites el ejemplo, sacases una entrada para ver una obra de teatro, te tocase una fila más cercana al escenario o más lejana, más cómoda o incómoda, los espectadores delante tuyo no parasen de hablar y enturbiar la función o tapasen por su altura tu vision de la misma. Todo eso no hace que deje de ser una representación más o menos viva, aparentemente real, siempre pobre imitación, durante el tiempo que dura, de la Realidad.

La Presencia se conoce y experimenta a sí misma a través tuyo, de todo esto que te rodea y cuya entrada a la representación eres tú.

Disfruta la función, date cuenta de los personajes que la interpretan, observa el guión y recuerda siempre, sobre todo en esos momentos en que estás tan dentro de ella, que todo, absolutamente todo, incluidos tu nombre y forma, son sólo eso, una pura ilusión.


La Vida cobra otro sentido, el único verdaderamente posible y el Cielo se vuelve Tú.

¿Querrías ser otra cosa?



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