CIELO Y SUELO

 


El Cielo llora de alegría a raudales cuando se desprende su humedad vivificadora en forma de lluvia. 

El suelo la recibe sin queja alguna, con puro agradecimiento y gozo.

Y ambos siguen existiendo, sin más, en perfecta armonía exhenta de pensamientos que bien saben de su falsedado, pues siguen un patrón de constante cambio mientras ellos, cielo y suelo, se mantienen en permanente y verdadero orden.

Y el ciclo continua eternamente.

El caos no existe en la naturaleza, sólo el perfecto orden jamás alterado. 

Si supiéramos con total seguridad que todo está ya escrito de antemano, filmado, grabado, desde siempre... ¿Qué podríamos hacer salvo vivirlo y saborearlo?

Sólo disfrutar, de lo alto y lo bajo, alegrías y penas, como en una montaña rusa donde se goza tanto de la subida bien arriba como de la posterior e inevitable  bajada bien abajo, pues ambas discurren, ocurren, son, en el mismo rail, jamás cambiante en su esencia férrea, a pesar de las curvas y vaivenes que, al deslizarse sobre él, se experimentan.

Ser suelo permite ser cielo.

Ser cielo permite ser espacio.

Ser espacio permite ser todo.

Disuelve suelo, cielo y espacio.

¿Qué queda?

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